viernes, 14 de junio de 2013

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No me salgas ahora con que no eres una descreída como yo y quieres llegar impoluta de corazón y de bajos al lecho nupcial, que eres una alma pura que ansia esperar ese, momento mágico en que el amor verdadero te lleve a descubrir el éxtasis de la carne y el alma... en unísono bendecido por el Espíritu Santo y así poblar el mundo de criaturas que lleven su apellido y tus ojos, ese hombre dechado de virtud y recato de cuya mano, entrarás en las puertas del cielo bajo la benevolente y aprobadora mirada del Niño Jesús.
-No iba a decir eso.
Me alegro, porque es posible, y subrayo posible, que ese momento no llegue nunca, que no te enamores,  que no quieras ni puedas entregarle la vida a nadie y que, como yo, cumplas un día los cuarenta y cinco años y te des cuenta de que ya no eres joven y que no había para ti un coro de cupidos con liras ni un lecho de rosas blancas tendido hacia el altar, y la única venganza que te quede sea robarle a la vida el placer de esa carne firme y ardiente que se evapora más rápido que las buenas intenciones, y que es lo más parecido al cielo que encontrarás en este cochino mundo donde se pudre todo, empezando por la belleza y acabando por la memoria...

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