lunes, 20 de agosto de 2012

Dios no juega a los dados con el universo ...

Ni religioso tradicional, ni ateo acérrimo. Albert Einstein, la mente más brillante de la última era de la humanidad, dejó un pensamiento avanzado para su tiempo sobre la religión, la ciencia y el hombre. Su posición frente a un tema tan trascendente sigue inquietando. “La ciencia sin religión es inaceptable, la religión sin ciencia es ciega”, escribió. Fue un devoto de la misteriosa “fuerza” que tiene el universo, pero refutó a la Biblia y a las estructuras religiosas que se montan sobre sus textos.

“La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y producto de debilidades humanas, la Biblia una colección de honorables aunque primitivas leyendas que son bastante infantiles. Ninguna interpretación, por sutil que sea, puede cambiar esto para mí. Para mí la religión judía, como todas las demás, es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y el pueblo judío, al que de buen grado pertenezco y con cuya mentalidad tengo una profunda afinidad, no tiene para mí una calidad distinta a la de todos los demás pueblos. Hasta donde llega mi experiencia, no son mejores que otros grupos humanos, aunque están protegidos de los peores cánceres por una falta de poder. Fuera de eso no puedo ver en ellos nada de ‘elegidos’”.
Einstein cosechó con sus palabras años de investigaciones y lecturas, donde la ciencia se topó con Dios. Se crió en un hogar judío, pero tuvo vivencias en el cristianismo. Alcanzó la religión a partir de la emoción que percibía del orden y la armonía del cosmos. Su religión no se inscribía en esas poderosas estructuras que imponen normas de vida “inspiradas” por Dios. Esas “instituciones” dirigidas por quienes se proclaman “elegidos”, que tienen en sus manos la definición del bien y del mal y amenazan con el castigo eterno a aquellos que no respetan sus reglas.
Durante una reunión social, alguien se extrañó de haber oído que era profundamente religioso. Einstein le respondió: “Sí, lo soy. Al intentar llegar con nuestros medios limitados a los secretos de la naturaleza, encontramos que tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil, intangible e inexplicable. Mi religión es venerar esa fuerza, que está más allá de lo que podemos comprender. En ese sentido soy de hecho religioso”. Y escribió en una carta: ” las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior a los hombres … frente al cual debemos sentirnos humildes”.
Habló en un tiempo de un “sentimiento religioso cósmico” que permeaba y sostenía su obra científica. Pero sus palabras ponen en jaque la existencia del Vaticano, entre otras instituciones poderosas cimentadas en la Biblia, el libro sagrado.
“Él no juega a los dados”. Así se refirió de Dios cuando debió justificar la aleatoriedad revelada por la teoría cuántica. Su Dios no era precisamente las representaciones que adornan los templos, ni sus historias fantásticas.

0 comentarios:

Publicar un comentario